
(Este reto consiste en escribir, cada mes, un relato de 5 líneas que incluya las tres palabras propuestas. Si eres nuevo por aquí, te pido que leas cuidadosamente las normas.)
Medallero
MEDALLA DE PLATA; Agnes Loriga, Alicia, Anabel Samani, Antonio Jimenez, Aurora Roger Torlá, Carmen, Daniel A. M., Diana Rosa Conti, Do.Lobera, Francisco Velandia, Javier Sánchez Bernal, jm vanjav, José Torma, Lorenzo, Luis J. Goróstegui, Marlen, Mercedes Menéndez Aguirre, Minerva Hernández, MJ RU1Z, Nuria de Espinosa y Saricarmen.
MEDALLA DE BRONCE; Antonio Mompeán, Aurora Rapún Mombiela y Nahnnuk.
¡Enhorabuena a todos!
JULIO:
Sentía, silla y tres.
Trajo una silla hasta el medio del salón, puso una mano en mi hombro derecho y empujó sutilmente para que me sentara. Pregunté por mis padres, me dijo que lo sentía pero que no podía decirme dónde estaban. El silencio en la casa era sepulcral. Se alejó un par de metros y encendió un cigarillo. Calculé la distancia hasta la puerta. Solo tenía una oportunidad de salir vivo de allí. Conté hasta tres y corrí por mi vida.
Por Adella Brac.
Ese partido era muy importante. Quizás el más importante. No eran tres puntos, era una final y de Copa. De esto hace veinte años. Ese día estaba en el campo y aunque mi asiento era más incómodo que una silla oxidada abandonada en la calle, los nervios me sirvieron de cojín. A la tercera final fue la vencida, y viendo levantar el trofeo a mi equipo, sentía que por fin se había hecho justicia.
Por Lorenzo.
Sentía que el viento intruso se colaba por la ventana y chocaba contra la puerta. Terminé de pintar las sillas de la época de Luis XV de un verde-gris vintage que el consorcio de primavera me había solicitado. Apagué las tres velas y arranque las hojas del almanaque colgado en la pared, por fin acabó el mes. De nuevo me escabullí entre mis letras, acaricié la estrofa que dejó de existir en mis versos, para continuar escribiendo la novela de mi vida.
Por Nuria de Espinosa, del blog Bitácora Literaria.
En las vastas tierras de Ucrania, un joven campesino llamado Igor habitaba en lo profundo del bosque, sentía soledad y anhelaba compañía. Un día, encontró una misteriosa silla tallada en madera y la llevó a su humilde morada. Con el paso del tiempo, Igor descubrió que la silla era mágica y podía conceder tres deseos. Al compartir su don con los aldeanos y cumplir los sueños de sus vecinos, Igor encontró amistad. Nunca más se sintió solo en aquel rincón perdido del mundo.
Por Marlen, del blog El blog del Trujamán.
INFIEL. Sentía la mirada acusadora sobre él, pero no se atrevía a alzar la vista. Aún no había decidido cómo enfrentar la situación. Elaboraba una excusa mientras se fijaba en una marca que tenía la vieja silla de la cocina. La había hecho con un cuchillo cuando era pequeño y jugaba con sus tres hermanos a indios y vaqueros valiéndose de la cubertería. Decidió que lo mejor era ir de cara: «La he vuelto a cagar. Pero no lo siento, esta vez ha sido la hostia. Recogeré mis cosas».
Por Aurora Rapún Mombiela, del blog La historia está en tu mente.
El verano había llegado definitivamente y el aire acondicionado no funcionaba. Sentía que el bochorno le perseguía.
A su lado ya había tres compañeros que no lo notaban. Ellos estaban bien y se quejaban si estaba el aire. Se fue un momento a la cocina a beber un poco de agua fría y al volver a su silla encontró que le habían dejado un mini ventilador. No lo necesitaba, estaba en verano y quería el aire acondicionado, no esa birria. Muy educadamente lo devolvió y siguió acalorado.
Por Do.Lobera, del blog Do.Lobera.
Sentado en mi silla preferida, tenía abierto sobre la mesa el ejemplar de La Divina Comedia que adquirí cuando era adolescente. Quería releerlo porque, tras el paso de los años, estaba seguro de que la obra albergaba detalles importantes que, en su día, se me escaparon o no supe ver. Consciente de la importancia del número tres de la que Dante había dejado constancia en sus páginas, leí al tiempo que sentía que yo no iba errado…
Por Daniel A.M., del blog La narrativa de Daniel A.M.
Desde la silla de la bici caí de cabeza al agua turbia de la alta pileta. Cautivada por tres pececillos rojos jugando a pillarse perdí el equilibrio. Anhelé los brazos de mamá, pero fueron los de la conductora, hermana mayor de mi amiga, los que me rescataron. Más tarde, aseada y seca, prosiguió el día. Sin embargo, se volvió largo, largo… Sentía todos los ojos clavados en esas ropas ajenas demasiado pequeñas para mí y mamá estaba tan lejos.
Por Saricarmen, del blog Desde El Cielo.
La silla de tres patas se está moviendo sola, y también la mesa. El baile de enseres empieza a darme miedo. Y tener miedo después de muerto no es fácil, de hecho, hasta hoy no lo sentía. La chica a mi lado, humana y viva, mira los muebles incrédula; puedo adivinar que está aterrorizada. El caso es que, si ella no los está moviendo, y si yo, único fantasma de la casa, tampoco… ¡Oh, mierda! Vale, aquí hay algo más que un fantasma y una humana viva, y creo que no quiero saber qué es.
Por Anabel Samani, del blog Anabel Samani.
Lo sentía en los huesos. Un fuerte aire mueve las ramas de los árboles. Los invitados huyen, se marchan; son las tres P.M. En el centro del salón solo queda una silla, ¿Eva? Su rostro, un rictus de dolor. Mis padres la sostienen firme. El viento arroba sus lágrimas mientras con paso lento se me acerca. Le fallan las piernas y cae a mi lado. Lloro al ver su vestido impoluto, mancharse con mi sangre. ¡Es mi culpa! Pienso mientras el sonido anuncia la llegada de la policía. Tengo frío.
Por José Torma, del blog Cuentos, historias y otras locuras.
A veces las buenas intenciones de las personas lo ahogaban, sentía como si el mundo entero lo mirara con lástima tras el evento que cambió su vida. Desde la silla al fondo de la oficina, la mujer de servicios infantiles manejaba tres versiones diferentes de la situación, el apenas podía respirar sentado en aquel espacio reducido por la cantidad de gente a su alrededor. ¿Dónde estaban sus padres?
Por Katalina Camus.
Cada atardecer, cuando me la cruzaba, siempre decía lo mismo: «Parece que algo no va bien… en esta ciudad». En la mano diestra, a menudo, llevaba una silla, un pequeño taburete para sentarse en el parque y escuchar a los pájaros cantar. Yo, cuando me sentía mal, la buscaba para que me acompañara en mis tardes oscuras. No sé si será la edad, pero es verdad que algo no acaba de ir bien. Creo que esta madrugada me darán las tres y las cuatro…
Por Juan Fernández Vicente, del blog «Poemas».
Sentía tres miedos: a que me infectara aquél maldito virus, a seguir trabajando y a dejar de trabajar. Me quedé pensativa sentada en una cómoda silla, me acosté en la cama y dejé de trabajar. Fue la mejor decisión de mi vida. ¿Envidiar a los que tele-trabajan hubiera sido útil? Ahora me siento tan libre que casi me atrevería a volar. Si me revisan y me quitan la discapacidad, trabajaré de astronauta. Conviene cambiar de trabajo. Toda la vida con el mismo, aburre.
Por Aurora Roger Torlá.
Ella tomaba mates en el pequeño patio. Muchas veces me sorprendía su mirar perdido en sus pensamientos. Sentía, viéndola en ese letargo, una vida gastada, mal tratada tantas veces, pero de todas formas el amor allí estaba y era por cierto vida ganada. Su silla era baja, de madera y paja. Imágenes, recuerdos, de una mujer que amé mucho y que cada dos por tres en un mismo día me hace compañía.
Por Diana Rosa Conti.
Una gota de sudor frío demudó su, por lo demás, impertérrito semblante. Si sentía miedo, no iba a conceder el gusto a sus verdugos de que lo advirtieran. Caminaba despacio: un paso, dos, tres… La silla eléctrica lo esperaba, terrible. Miró al oficial y le pareció que éste le ofrecía un mínimo gesto de disculpa: «lamento que tengas que pasar por esto en pleno siglo XXI…». Él sabía que iba a morir siendo inocente, pero su sacrificio era el precio necesario por proteger la verdad.
Por Javier Sánchez Bernal, del blog La buhardilla de Tristán.
A la orilla del mar, sentada en una humilde silla de madera de tres patas medio hundidas en la arena mojada, con los pies desnudos entre las olas que iban y venían, y apoyada en una mesita a juego plegable, escribía a mano cuentos en apariencia de ilusiones imaginadas, y, sin embargo, eran recuerdos reales, pues la joven sirena, en ocasiones, sentía morriña de su hogar en el profundo mar.
Por Luis J. Goróstegui, del blog Observando el paraíso.
Dio tres impulsos para no quemarse, la arena a esa hora solía estar muy caliente y alcanzar la sombra bajo la sombrilla sería su salvación. Sentía las miradas a su espalda y ajustando el freno de la silla se lanzó a las olas que le devolvían una movilidad perdida.
Por Carmen, del blog Propuestas and made.
No podía explicar lo que sentía, no había experimentado un miedo así nunca. Acerqué la silla, de nuevo, hasta el monitor y volví a realizar las mediciones. Más de tres veces había repasado los datos, los sistemas, los instrumentos…no había error posible. Un gran maremoto se había producido en las profundidades del Mar de Barents, creando un tsunami de proporciones tales que, en breve, toda Europa quedaría sumergida bajo el agua. Definitivamente… el fin del mundo había comenzado.
Por Antonio Mompeán, del blog Lecturas de Leland Gaunt.
Veía la imagen, pero el sonido no llegaba a sus oídos, su cerebro estaba lejos, no podía tolerar que eso sea real. Cayó derrotado en la silla, sentía un vacío en él. Tres segundos después, el inconfundible sonido llegó. Seguía atónito cuando la puerta antes semiabierta, se corrió a un costado para dar paso a una muchacha de ojos oscuros y sonrisa torcida. Cuando la vio a los ojos, ella no le pudo mantener la mirada. Él se puso de pie, tomó su abrigo y desapareció para siempre.
Por ana-liliana.
Sentía que algo estaba fuera de lugar. La primera silla del vagón número tres estaba vacía y nadie peleó conmigo por ella. Ninguno de los pasajeros abordó. Había tomado el mismo tren desde que era joven y siempre era difícil ingresar. Los usuarios permanecían en el andén. De repente, alguien gritó. Salí para saber el motivo. Vi lo que quedaba de mi cuerpo sobre la vía férrea. Cambié de estación para tomar el único tren disponible que, suponía, me llevaría a mi nueva vida.
Por Francisco Velandia, del blog Pacho escribe.
Sentía una punzada de soledad al mirar la vieja silla de madera. En ella, tres grabados, uno por cada corazón que alguna vez la ocupó. Sus recuerdos eran tan reales como el vacío que dejaron. Las risas, los cuentos compartidos, las lágrimas, todo parecía danzar en torno a la silla. Sin embargo, el silencio que ahora la rodeaba era un recordatorio de que, en efecto, estaba solo.
Por Míster Pumu.
Rechazó de lleno la pócima. Sabía fatal y no le ayudaba. Además, no estaba tan mal. Se sentía bien o, bueno, mucho mejor que dos días antes, cuando había recibido aquel hechizo en el pecho y se había caído de la silla. Ya no vomitaba sangre, ni se mareaba. La única secuela que le quedaba de ese altercado era ese brazo extra que le salía del hombro derecho. Pero bueno, ¿quien no querría tener tres manos?
Por Agnes.
Me sentía morir cada vez que acercabas la silla a la ventana para observar lo que sucedía en la calle y te olvidabas de mí. Era como si me hicieras desaparecer, como si ya no existiera para ti y tampoco para nadie. Fueron tres días de tres semanas a lo largo de tres meses. Elegí el atardecer porque hay más gente por la calle y el alumbrado ayuda a distinguir las sonrisas o el cansancio en sus caras. Era ese el momento para ensayar mi primer vuelo y que tu lo contemplaras.
Por Mercedes Menéndez Aguirre.
Tres sillas esperaban ser restauradas al fondo del almacén, pero una de ellas era la silla, la que sentía que el resultado conseguido sería único. Demoraba iniciar el trabajo intentando que el momento fuera perfecto, nadie esperaba por ella, había sido rescatada de una leñera lista para terminar sus días en el fuego. La historia que había detrás era desconocida, pero ella le daría una nueva vida.
Por Ana, del blog Cuéntame algo…, mejor, escríbemelo.
Era tres de septiembre, había llegado el día que cambiaría su vida para siempre. Los sueños a veces se cumplen. Sentía que la vida estaba siendo muy generosa y que a partir de ese momento la silla junto a la suya, estaría siempre ocupada. Aquel día, sin imaginarlo, empezaba su pesadilla pero ella aún estaba viviendo el sueño de quien llega a la cima de la montaña que nunca creyó poder escalar. La jugada que te convierte en ganador para luego perderlo todo. No quiso volver a soñar.
Por Magdalena Barreto, del blog Mi vida en retales.
Cada mañana elegía la misma silla. Podía contemplar la entrada al edificio de oficinas frente al bar. El camarero se acercaba pausadamente y preguntaba: «¿Lo de siempre?». Ella asentía con un gesto de cabeza, y él se retiraba sigiloso. Tras varios meses ya sentía el momento en que ese hombre para él desconocido; alto, espigado y rubio, besaba despidiéndose a una chica en la puerta de las oficinas, porque ella aguantaba la respiración. Tras esto se iba y siempre volvía a las tres.
Por Antonio Jimenez, del blog Escribe y golpea.
«Sólo quedan tres». La silla chirría sobre el linóleo de la oficina cuando el doctor se levanta. Desde hace días sentía una fuerte opresión en el pecho que le impedía respirar. El tiempo se acababa. Camina de un lado hacia el otro de la estancia; desde la puerta hasta la ventana. Mira a través de los cristales: es invierno. El mundo ante sus ojos está cubierto por un manto de nieve; debajo todo está muerto. «Tan sólo tres vacunas». La mayor parte del pueblo moriría en esa semana.
Por NO SOLO LEO, del blog No solo leo.
Cada vez que me sentía enfadado de pequeño me obligaban a sentarme en ella y contar despacio hasta tres. Era una silla incómoda, de metal torcido y por zonas oxidado, que había pasado de generación en generación como ejemplo de que las emociones negativas debían ser corregidas. Me deshice de ella en el mismo momento en que mi primer hijo vino al mundo. La educación debía ser otra cosa, me dije aquel día. Por Nahnnuk.
Yo estada acostumbrada a ver siempre a mi abuelo sentado en su silla debajo del árbol de roble, sentía un terrible vacío al comprobar que nunca más lo vería. Era la primera vez que visitaba la casa de los abuelos después de su fallecimiento. Mis tres hermanas y yo siempre pasábamos tiempo en su casa del campo todos los veranos por días o semanas. Ojalá que podamos seguir disfrutando de la casa, el río y sus alrededores a pesar de la ausencia del abuelo.
Por Minerva Hernández García.
La otra tarde mientras me tomaba un café sentado en la silla de una terraza, sentía nostalgia de aquella época en que «los tres grifos» (ese era nuestro apodo) tomábamos posesión de las barras de los bares alternando el envite en cada ronda de cañas. Lo de grifos era un homenaje al surtidor de nuestra preciada cerveza, aunque cuando acababa nuestra parada y cata poco nos faltaba para salir volando o más bien estrellarnos; la cerveza se puede hacer de rogar, pero termina embriagando.
Por jm vanjav, del blog jm vanjav hasta en 500 palabras +
Tres días habían pasado, ¿o eran tres semanas? Como si fueran meses, o años, o décadas, o… El tiempo había volado y nuestro pequeño mundo con él. ¿Qué más daba, Hellas nunca volvería a ser la misma? Me hallaba aturdido, sentía frío y estaba sentado en la silla ¿del Consejero Mayor? Manos, pies y cabeza inmovilizados, y una luz enfocándome el rostro. No podía empeorar, pero lo hizo: la metamorfosis me persuadió. Y sucumbí.
Por MJ RU1Z, del blog Eleeabooks.
¿Sabías que mis suscriptores conocen las palabras del reto antes que nadie?
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